Pocos pilotos en la Historia Moderna del Motociclismo tienen la legión de seguidores que tiene Kevin Schwantz.
Marcó una época con su pilotaje espectacular, sus apuradas de frenada que levantaban del asiento a cualquiera que estuviese viendo una carrera suya, y esa forma tan especial de pilotar su Suzuki número 34.
Es también un caso especial por su fidelidad a una marca, Suzuki, que le tuvo como piloto desde sus primeros años en la alta competición, el AMA Americano, hasta sus años en el Mundial de 500cc. Incluso hoy en día es un icono para la firma de Hamamatsu, la pequeña de las cuatro japonesas.
Kevin creció oliendo a gasolina. Su padre tenía un concesionario de motos y siguió los pasos de su progenitor comenzando con el trial a la tierna edad de 4 años, para pasarse más adelante al Motocross, donde despuntó claramente siendo una de las referencias en su Texas natal, hasta que un fuerte accidente en la clasificación del Supercross de Houston del año 1983 hizo que abandonase esta disciplina.
Ya a finales de 1984 comienza su relación, todavía duradera a día de hoy, con Suzuki. Hace una prueba con el equipo Yoshimura Suzuki USA de SBK, quienes quedan inmediatamente prendados de su habilidad natural para llevar al límite su moto, y se apresuran a ofrecerle un contrato. Aquí, y como haría varias veces en su carrera, deja a todo el mundo atónito al llevarse las dos mangas de su primera carrera en el AMA SBK, fue en Willow Springs en el año 1985.
Era un talento natural, uno de esos pilotos con “don”, que sabe ir rápido desde la primera vuelta independientemente del circuito o las condiciones de la pista. Aunque sólo compite en la mitad del campeonato, queda séptimo en la general, dando muestras inequívocas de su potencial. En la Daytona 200 de 1986 queda detrás de otro genio de la época, el Gran Eddie Lawson, con la nueva Suzuki GSX R 750, todo un mito de la marca japonesa.
Pero como en toda su carrera, las lesiones, producto de sus múltiples caídas, empiezan a marcar su camino. Se rompe la clavícula, y se pierde varias carreras del AMA SBK, con lo que vuelve a quedar séptimo en la clasificación final.
Kevin ha sido así siempre: piloto de “todo o nada”, capaz de las mayores gestas, pero con la regularidad como su eterno talón de Aquiles, y con el agravante de que sus caídas casi siempre le traían dolorosas consecuencias.
En el 87 disputa con su rival más duro, Wayne Rainey, una de las temporadas del AMA SBK más competidas que se recuerdan. La victoria final es para el de California, aunque Schwantz tiene mayor número de victorias, que empaña con un también mayor número de caídas y abandonos. La tónica de su carrera.
Llega al Mundial en el año 1988, a la vez que Rainey, como su primera temporada completa, ya que había disputado algunas pruebas como wild card en los años 86 y 87, e igual que hizo en su debut en USA, gana a la primera en una pista tan complicada como Suzuka, y delante de todos los genios de la categoría. Los Lawson, Gardner, Mamola, etc., ya sabían las que se les venía encima con este tejano espigado y de estilo inconfundible que luchaba a brazo partido cada apurada de frenada como si le fuese la vida en ello.
Mítica es la frase de Kevin hablando de esa particularidad de su pilotaje: “Sólo empiezo a frenar, cuando veo a Dios”. Con dos victorias y nada menos que cinco abandonos, la temporada de 1988 es un claro-oscuro en la carrera de Schwantz, que le dejaría en una discreta, para como había comenzado el año, octava posición final.
En el 89 se puede apreciar en toda su dimensión lo radical de su forma de ver las carreras. Seis victorias, más que nadie en aquel año, Seis abandonos, obviamente, también más que ningún otro piloto, y las carreras que no se tuvo que retirar por caídas, tres segundos puestos.
Siempre a la sombra de Rainey en cuanto a resultados se refiere, en el 90 y 91 es cuando la lucha entre estos dos titanes alcanza su máxima expresión, con Kevin como Subcampeón ambos años, también con igual número de victorias parciales, cinco cada año, y con el mismo final, Wayne Campeón.
En 1992 su rendimiento baja al terminar con una única victoria en todo el año, un cuarto puesto en la clasificación final, y además acabando normalmente fuera del podio. También hay que achacarle parte de las culpas a la RGV. En dicho año fue ampliamente superada por las Yamaha y las Honda, y puso a Kevin en situación de clara desventaja a la hora de enfrentarse a ellas en carrera. La Suzuki tenía su punto fuerte en las frenadas, con la importantísima aportación de Schwantz en ese apartado, pero era claramente más lenta, tenía menos potencia y un rango de utilización de su motor francamente crítico.
No obstante, marca y piloto se conjuran para hacer de la temporada 1993 el punto de inflexión que les permitiese, de una vez por todas, el asalto al título en las mejores condiciones posibles. La moto era claramente mejor que la del 92, Kevin estaba mejor preparado física y psicológicamente, y afrontaba ese año con deseos renovados de cumplir su sueño: ser Campeón del Mundo de 500cc. En lucha cerrada con su archienemigo Wayne Rainey, la cita de San Marino, y el fatal desenlace de aquella carrera, que nos dejó para siempre a Wayne en silla de ruedas, hizo que el Título que por fin consiguió Kevin, tuviese un sabor agridulce.
Pero como el mismo Rainey ha dicho en multitud de ocasiones, “cometí un error, y para ser Campeón del Mundo, no puedes cometer errores. El mundial de este año le ha ganado Kevin porque lo merecía, ni más ni menos”. Con cuatro victorias parciales, sólo un abandono y siete podios, por fin una temporada sin sobresaltos en forma de lesiones y caídas, le da a Schwantz lo que llevaba persiguiendo toda su vida, ser Campeón del Mundo de 500cc en la temporada de 1993.
A partir de aquí, y conmocionado internamente por lo que supuso para él el accidente de Rainey, no consigue retener su corona en el año 1994 ante otro piloto que marcará toda una época, el australiano Michael Doohan.
El año 1995 es el año de su retirada, no así del olvido de los aficionados, que siempre le tendrán entre los más grandes de este deporte por lo mucho que nos hizo disfrutar a lomos de su Suzuki número 34. ¡EL MÍTICO, KEVIN SCHWANTZ!